La tradición del vestir al niño Dios perdura en México e tiene origen en una ceremonia de toma de hábitos de de la Edad Media.
En ningún otro país del mundo, salvo en México, el Día de la Candelaria se presta para vestir con un nuevo ropaje a la figura del Niño Jesús, y menos aún para realizar una tamaliza. Pero pocos saben que esta tradición tiene su origen en la Edad Media, cuando se convirtió en un elemento que acompañaba a las religiosas en su toma de hábitos.
En Las Ficheras tenemos el Niño Luchador.
Así lo revela una investigación desarrollada por la antropóloga social Katia Perdigón Castañeda, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta), en su interés por dilucidar cómo esta fecha, que originalmente rememora la Purificación de la Virgen María, ha derivado en mercadotecnia, como la venta por catálogo de un centenar de ropones para la imagen del Niño Jesús. “En el siglo XXI, el Niño Dios está a la moda”, afirma.
Vestir al Niño Dios. Un acercamiento a la celebración de la Candelaria, en el Distrito Federal, título de su tesis doctoral —que posteriormente podría publicarse— ofrece una variedad de perspectivas: teológica, iconográfica, histórica, antropológica y psicológica, para acercarse y comprender la religiosidad popular que subyace al 2 de febrero.
En este estudio —que implicó la búsqueda en archivos históricos con el fin de encontrar las raíces de esta celebración anual en nuestro país—, la antropóloga refiere que la figura del Niño Dios fue usada por vez primera en el “Belén vivo”, una representación ideada por San Francisco de Asís para difundir la vida de Jesucristo.
La escultura del Niño Jesús adquirió otra dimensión durante la Edad Media, cuando se convirtió en un elemento que acompañaba a las religiosas en su toma de hábitos. En la Nueva España, este ritual fue plasmado a través de los denominados retratos de monjas coronadas.
“En ocasiones —narró Katia Perdigón—, al momento de profesar se les daba a las religiosas la representación escultórica de un Niño Dios. Todo parece indicar que esta costumbre de ataviar la imagen del Niño Jesús, deriva de una tradición conventual femenina”.
“Al observar las pinturas de monjas coronadas podemos percatarnos que existe una continuidad, desde la Colonia hasta el día de hoy, en lo que se refiere a vestir la figura del Niño Dios. En éstas, los ‘niños’ portan elementos que los relacionan con una advocación, es decir, elementos que les confieren su carácter único, llámese Divino Pastor o Niño Peregrino, como es el caso del Niño de Atocha, etcétera”.
De la Nochebuena al Día de la Candela
De acuerdo con documentos coloniales ubicados por Katia Perdigón, el Niño Jesús era celebrado en Nochebuena, se le arrullaba en iglesias y casas, tras lo cual se le arropaba para “acostarlo” en el pesebre. En la actualidad, es así como se lleva a cabo en otros países del orbe; en México esto cambió en el siglo XX.
“El Día de la Candelaria —que originalmente era el Día de la Candela— es la rememoración de la Purificación de la Virgen, es decir, se recuerda el momento en que María, junto con su hijo Jesús, se presenta en el templo llevando candelas (velas) y un par de pichones. Entonces, la figura que realmente se festejaba era la de la Virgen, que inclusive salía en procesión”.
Aunque no se puede explicar con certeza cómo, en México, el “Niño” sustituyó a la Virgen, la experta del INAH indicó que las referencias más antiguas de esto datan de 1912, “cuando se menciona que el 6 de enero se hace la Fiesta de los Compadres, y aquel que saque el ‘niño’ de la rosca de reyes, levantará al Niño Jesús el Día de la Candela.”
La “tamaliza” es otro de los aspectos que ahora se consideran indisolubles del Día de la Candelaria. Para la sorpresa de muchos, Perdigón Castañeda encontró textos de principios del siglo XX en los que se asienta que para esas fechas (2 de febrero) el platillo oficial en nuestro país era el pato. Probablemente esta comida se sustituyó por los tamales luego que los patos dejaran de inmigrar al Valle de México debido a la extinción de sus lagos.
El Niño Dios está a la moda
Un breve recorrido por la calle de Talavera y por la romería tradicional del Niño Dios de la Plaza Alonso García Bravo, ambos en el Centro Histórico de la Ciudad de México, hace evidente la mercadotecnia alrededor del “arreglo” de esta imagen escultórica. El número de vendedores con este giro suma aproximadamente un millar, y es que a la par de los tiempos y de la gente —afirmó Katia Perdigón— “en este siglo XXI, el Niño Dios está a la moda”.
Buena parte de esta demanda surgió en 1975 con la creación de la Casa de los Niños Dios, fundada por el señor Saúl Uribe. El negocio familiar ha crecido de tal manera en las últimas décadas que su catálogo compuesto por más de cien vestidos, llega lo mismo a Guatemala, El Salvador y otros países centroamericanos, que a Estados Unidos.
“Es muy interesante lo que pasa ahora, porque a la par de las advocaciones conocidas de los niños milagrosos, la modernidad crea otras necesidades y a éstas responden imágenes más apegadas al imaginario colectivo, ejemplo de ello es el Niño Futbolero”, expresó.
En su investigación, Katia Perdigón hace referencia de manera específica a 11 “niños milagrosos”, aquellos que además de recibir peregrinaciones en sus respectivos templos, son “emulados” en el circuito comercial de negocio de vestidos, pues los devotos quieren tener en sus casas un Niño Jesús lo más parecido a aquel que confiere favores.
Así, en esta lista se encuentran en su mayoría imágenes que radican en iglesias o capillas de la Ciudad de México: Niño Pa (Xochimilco), Niño de las Suertes (Tacubaya), Niño Limosnerito (Atlampa), Niño Mueve Corazones y Niño de la Paz (colonia Juárez).
También, están el Niño Cieguito y el Niño Doctor (Puebla), el Niño Milagroso de Tlaxcala, el Niño de las Palomitas (Zacatecas), el Niño de la Salud (Michoacán) y el Niño de Atocha (Zacatecas), éste último de los más antiguos y de veneración más continua en México.
En opinión de la investigadora, desde hace algunos años se ha suscitado un “boom” por vestir la figura del Niño Dios, lo cual puede medirse por el número de modelos a la venta. Lo anterior, “quizás responda a una necesidad de creer en la unidad familiar, en un momento en que esta institución está en crisis e, incluso, por medio de esta imagen algunas mujeres compensan su instinto maternal”.
“Estos son elementos que deben considerarse porque la imagen del Niño Dios mueve la sensibilidad de las personas, genera ternura como pocas representaciones religiosas”, concluyó Katia Perdigón.